viernes, marzo 30, 2007

MIEDO

Cualquier cosa que el hombre gane debe pagarla cara,
aunque no sea más que con el miedo de perderla.

Friedrich Hebbel





Siempre creí que tener miedo era “eso” que se sentía cuando un perro ladraba cerca. El tiempo que transcurría desde, el momento de la travesura, hasta el descubrimiento de nuestros padres. O quizás el garabato en rojo, de la maestra, sentenciando nuestro examen. Pero me di cuenta, no hace mucho, que el miedo es otra cosa.

La primera vez que estuve cara a cara con el miedo fue hace tres años aproximadamente. La sensación es inexplicable. Es rara, fría, certera. Estaba a más de 4664 kilómetros de ella. Y no tenia forma de explicarle que todo era un error. No podía correr, dejar el miedo a la vuelta de una esquina cualquiera, y explicarle mirándola a los ojos que todo era un mal entendido. Estaba cercado, más allá de la distancia, por el tiempo. Estuve casi quince horas conviviendo con el miedo en mi espalda. Se parece mucho a una tortura. Aplica su dolor de manera sistemática. Lo hace a un ritmo que te lleva a los márgenes de la locura. Estuve muy cerca de tirarme del ómnibus en el que venia al punto de acortar tiempos. No soportaba sentir su respiración tan cerca de mí.

No fue entonces que me di cuenta de que eso era el miedo. Sino tiempo más tarde.
De todas formas los síntomas quedaron grabados en mi piel tan certeramente, que en ocasiones tuve temibles pesadillas. Pero entonces el miedo era irreal, era un mal sueño, no estaba conmigo. El despertar, temeroso, con los ojos mirando la oscuridad del cuarto, perdía su efecto al reconocerla, dormida, presente, suave, a un costado. Bastaba volver a recostarme y cubrirla en mis manos para que todo fuera como antes.

Pero el miedo volvió a aparecer. Me presento sus credenciales y no tuve mas dudas. En ese encuentro me dejo deslucir varios otros detalles que no conocía.

Es como un asesino a sueldo. Es profesional, ataca sin dejar huellas. Nadie supo ese día, pese a estar rodeado de más de una docena de miradas, que tenía miedo. Realmente miedo. Podía haber caído ahí mismo, en medio de la lluvia, a los pies de cientos de tipos y ninguno de ellos podría haberlo reconocido. Puede ejecutar el crimen perfecto, ayuno de todas huellas.

También me di cuenta de otros efectos que produce. Me hace ahogar, me llena la garganta de un no se que. Lo mas parecido a llorar que jamás sentí. Pero de un llanto raro, porque lo haría con ganas pero sin motivo. Lloraría porque no sabría que mas hacer. Me anula (otro detalle). Me ciega, me colma de impotencia. De ganas de gritar y correr hacia ningún lado y hacia todos los lados a la vez. Mi cerebro me abandona, me deja solo. Me costo mucho recordar el numero de celular que mil veces marque sin necesidad de apuntes.

El miedo no actúa improvisadamente. Hace un estudio de campo de cada uno de nosotros. A lo largo de nuestras vidas fluctúa sus formas. Nos aparece en distintas posturas, en distintas ropas, con diferentes nombres, hasta lograr descubrir cual es nuestra vulnerabilidad. Sólo entonces ataca.

Hoy fue el día en que el miedo reconoció mi talón de Aquiles. Como un juego de “Batalla Naval” sabia que hacia rato venia contestando “tocado” en esas coordenadas y no dudo. Eligio la ultima secuencia de “letra y número” y mi “barco” fue hundido. Hoy el Miedo (ya con mayúscula) estuvo mas cerca que nunca. Hasta podría sentir que me rozo el hombro. Estuve a punto de flaquear, de desmayarme. Hoy, en palabras de otro idioma, me dijo que sabia cual era mi debilidad.

Se dio cuenta que me aterroriza por sobremanera el presentir que algo malo puede pasarte.