martes, marzo 13, 2007

EL CARNAVAL

La Real Academia Española lo entiende como "Fiesta popular que se celebra en tales días, y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos." Quizás el de ciudades importantes (como Rió de Janeiro) o hasta los realizados en Gualeguaychu si se quiere, pueden tener cierto atractivo. En su majestuosidad, en su multitud acaso o quizás lo atractivo recae en el ímpetu con el cual se dirige a ello la prensa en general. Pero no los “del barrio”. Respeto su historia, su tradición, pero lo detesto. Y no por el carnaval en si, sino por sus actores.

La gran mayoría de los que concurren a estas fiestas son de una clase social determinada. Esto no es casual, hay dos tópicos en los que sobresalen con mayor naturalidad: o son buenos futbolistas o salen buenos cantantes. Y todos, absolutamente todos, saben y le gusta bailar. La batucada de carnaval posee (además de cierta habilidad para el baile) otras dos cualidades que los hace idóneos naturales en la materia: En primer termino el traje. La fantasía dejara de existir en el mundo el día en que dejen de existir. Las cosas fluor, con flecos, la purpurina, el plateado con azul y rojo son creaciones de Dios para su lucimiento. En otro lado se halla la posibilidad de ser el centro de la escena. Este factor, de ir serios con la mirada perdida en la nada, en actitud de “me hago el concentrado pero por dentro me muero porque todos clavan la mirada en mi”, hacen que estén en su “salsa”. Saltan, se mueven, gritan entre ellos, arman un escenario de “concentración” y “rigor” que presume que están por estacionar un Jumbo 747 en Lavalle y Maipú.

Además la espuma es otra cosa que les fascina y al mismo tiempo me deprime. Aman estar mojados, por naturaleza quizás, no importa el día, la hora, la temperatura, la edad o el motivo: si están con sus pelos caídos, empapados, la remera hecha “sopa” y la cara repleta de agua, son felices. Plenamente felices.

Estos condimentos hacen que me desagrade por sobremanera ir a los corsos. Detesto ver esas actitudes en masa. Pero más me molesta fingir. Fingir que aplaudo el paso de una murga con alegría, simular que siento admiración por los acrobáticos pataleos de un tipo cualquiera, exhibir admiración por un chiquilín que tiene un traje luminoso y anteojos de sol y mira desorbitado a su alrededor. Mentir acerca de que estoy contento cuando no lo estoy. Quizás no me desagradan los corsos en si, ni tampoco sus actores, acaso es el mostrar un sentimiento que, ni siquiera me es ajeno, sino directamente inexistente.