jueves, mayo 17, 2007

CUATRO DIAS Y MEDIO

La noticia, aunque efectiva, llego casi sobre la hora. Anticiparse sirve, de todos modos, para inmunizarse. Uno ya conoce de antemano lo que sucede, y se predispone, en todo sentido, para ello.

Calculaba con el rabillo del ojo, el minuto máximo para seguir haciendo modorra y, a su vez, no llegar tarde al laburo. Me quedaban unos 20 minutos aproximadamente, cuando con golpecitos en la puerta mi madre me avisaba que había paro total de subterráneos y, por ende, debía tomarme el 26.

Tomarse un colectivo cerca del mediodía en dirección al micro centro, cuando hay huelga de subterráneos, implica, entre otras cosas, una demora mayor en el tiempo como principal medida.

El agua de la ducha me caía en la cara, y mi mente repasaba los inminentes cambios de rutina.

Debía procurar tomar una moneda, tenia que resignarme a viajar parado. Al analizar que, como yo, había muchas otras personas que esa mañana no podrían tomar el subterráneo, era fácil prever que el viaje no seria demasiado cómodo y menos aun rápido.

El transito seria un caos, los colectivos abarrotados de gentes, apretados, existirían algunos (los mas) con malhumor, etcétera, etcétera.

Cargado del análisis previo, decidí enfrentar la mañana. Tome la campera de Jean Negro y encare a la puerta.

La avenida Corrientes era un tremendo desorden. En la esquina dos viejitas se preguntaban que podía suceder, y una tercera acotaba “que el subte estaba de paro.”

En la cola había mas o menos unas quince personas. De todas formas el mas alborotado era el “Chancho” que nos guiaba cual ganados en el mercado de Liniers, a los gritos y ademanes

Logre subir y me acomode en un rincón dispuesto a “tomarme con soda” el resto del tedioso viaje.

El principal aspecto que mas malhumora a los chóferes, no es el transito, ni el día, ni los taxistas, sino las viejas.

Las viejas y sus preguntas, sus salidas, sus comportamientos irritan de sobremanera al conductor que ya viene cebado por el contexto.

La primera que acciono la voz de alerta fue una anciana que a la altura del Abasto pregunto cuanto faltaba para Florida. Es, para quien no conoce Capital y sus distancias, como que en el partido inaugural del Mundial de Fútbol pregunte cuando arrancan los Cuartos de Final.

El viaje continuo entre bocinazos, frenadas bruscas, vaivenes de inercia y protestas.

Veinte minutos mas tardes habíamos avanzados apenas unas diez cuadras.

¿Chofer en cuanto tiempo llegaríamos a Retiro? - Balbuceo una abuela que veia como un viaje promedio de 25 minutos, en un dia normal, se hacia eterno.
En 4 días y medio – Fue la contundente respuesta del conductor.

Sonaban celulares, la gente avisaba a sus trabajos de la demora, se veian maniobras bruscas de los conductores, los “permiso, permiso” , de la gente que intentaba hacerse espacio en el pasillo del 26, se hacían ecos.

Yo deseaba solo dormir, poder recostarme y dormir, pero no podía. Estaba apenas colgado del pasamanos, detrás del asiento del conductor.

Promediábamos la mitad del viaje, cuando el chofer tuvo un arranque de sinceridad:
“A ver si me disculpan, pero me estoy meando. Hace un montón de horas que estoy arriba y no doy más. Voy al baño y vengo”.

Y así nomás, con el colectivo en marcha pero detenido, se bajo, entro a una confitería y se permitió “desahogar sus penas”, ante la mirada atónita de una treintena de personas.

Era la frutilla del postre para un viaje fuera de rutina. Un momento más al que uno se debe amoldar cuando vive en una sociedad “un poquito” desorganizada.