jueves, agosto 16, 2007

S.O.S TIERRA

Si uno pudiera tener uso de razón a los cuatro o cinco meses de vida podría recordar años mas adelante lo que sufrió para que lo entendieran.

Supongo que a la Tierra en este momento debe de estar pasándole lo mismo. Grita, llora, patalea, se mueve, aúlla y los “grandes” que debieran oírla y atender sus males, hablan de otra cosa, le “hacen ajó", le muestran tías con verrugas, dibujan el aire con sonajeros, pero ninguno da en el blanco.

Es interesante como la gente entiende a los perros, aunque no hablen el mismo idioma, o como los latinos escuchan letras de canciones anglosajonas, y rusos, chinos, venezolanos o yanquis saben de petróleo aunque en cada región se diga diferente, pero nadie entiende a un planeta que hace gestos enormes.

Habló hace tiempo, desde siempre. Cuando le extirpaban un pulmón, y creían que le quedaba lindo. Lloro tormentas que los, ahora ausentes, bosques podían haber evitado.
Siguió gritando desde los polos y cada día grita más y nos “ahoga” en las orillas con su llanto, pero nadie parece oírla.

Hizo un berrinche terrible y devastador allá por diciembre de 2004 en el Océano Índico, y acaso cosecho más tristeza por el escenario destruido, más que por el grito de auxilio que gimió.

Cual niño de meses de vida, se suman voces, comentarios, hipótesis: tiene fiebre, debe estar hojeado, es el empacho, la leche le cae mal, necesita un provechito, pero la pobre se esta desgarrando por dentro, pide socorro y nadie parece entenderla.

Da manotazos de ahogados, hace caer nieve en lugares inesperados, y la muchedumbre festeja como si estuviera diciendo las primeras palabras.
Se sacude en lo mas profundo de su ser y la gente lo toma como una conducta, aunque terrible, natural. Inevitable.

No son muchos los que aciertan en el problema que nuestro Planeta Tierra intenta explicarnos. Pero sucede que no son muchos, entonces nadie les hace caso. Porque son pocos, porque ven el problema donde la mayoría parece ignorarlos, entonces no tienen razón.

Y la razón pasan a tenerlas, paradójicamente, los insensatos. Entonces ellos la medican, con guerras antiterroristas, con invasiones, con amenazas nucleares, con ideales de imperios, porque ( y sin razón alguna) ven que el mal son los que tiene turbantes, o los que tienen petróleo y no lo prestan, o los que dicen tener una “jeringa” mejor y la guardan por si acaso.

Y la Tierra sufre, grita, se desarma, tiembla, se derrite, y ellos ahí, con el antídoto frente a los ojos, pero mirando a Marte.